Informes Especiales · 17 de Mayo de 2017

Weber Bahía

El nuevo Manu de Bahía

La historia de surgimiento y explosión de Lucio Redivo tienen llamativos puntos en común con la de Ginóbili en sus comienzos. Los prejuicios por la altura, su amor por el club, la obsesión por entrenar y jugar, el espíritu competitivo y los sueños de Europa. La gema de Weber Bahía Basket y una semblanza inspiradora. Opinan Pepe, Sepo, Quinteros, Jasen, Richotti, técnicos de inferiores y hasta su hermano.

Por Julián Mozo

Bahía Blanca. Enero. El viento norte sopla en la ciudad y la sensación términa supera los 40 grados. Geográficamente, como la Capital del Básquet está hundida en un pozo, el calor se concentra de tal forma que, pese a estar en el sur bonaerense, a la gente le cueste salir de sus casas en los días más calurosos del verano. La opción de los chicos es la compu o la TV bajo un aire acondicionado, meterse en una pileta o, en los casos más optimistas, hacerse una escapada hasta Monte Hermoso y su playa. Pero Lucio Redivo es distinto a todos. Como cada día, el pibe está con su pelota en la mítica cancha de Pacífico, en la esquina de Castelli y Charlone, bajo un tinglado que parece multiplicar los grados que anuncia Radio LU2. Es el mediodía, la hora de almorzar, pero a él no lo amedrenta el hambre ni la peligrosa temperatura. Sabe que es su momento, el esperado. El pibe disfruta de estar solo, la cancha para él, porque más tarde ya no podrá porque el parquet estará ocupado por las distintas divisiones del club. Entonces, tira al aro, va a buscar la pelota y vuelve a hacerlo, una y otra vez. Simula acciones de juego, repite ejercicios y hasta a veces imagina ser un NBA, copiando sus movimientos. Está empapado de transpiración y le cuesta respirar, pero su pasión es más fuerte. “No me importaba que no hubiese nadie ni que hiciera 40 grados. Podía pasar horas. Recuerdo un enero en el que fui de 9 a 13, cada día. Volvía empapado a casa, pero feliz. Mi lugar era el club, la cancha, los aros…”, explica mientras deja claro cómo esa motivación ha sido el motor de su crecimiento. Una dedicación que lo ha llevado a niveles que nadie creía, una capacidad de trabajo que ha sorprendido a los más experimentados…

“Desde chico tuve esta pasión por jugar y divertirme, por ser mejor cada día. Siempre quise jugar a un nivel mejor y tuve claro que, para lograrlo, debía dejar muchas cosas de lado que, por ejemplo, mis amigos disfrutaban”, explica este escolta que hoy, a los 23 años, se ha transformado en una figura de la Liga Nacional. Consultado por cosas que haya dejado, Lucio sorprende con una lista interminable. “Yo, en vez de estar tirado en un sillón, viendo TV o jugando a la Play con amigos, prefería ir al club a tirar al aro. O cuando me invitaban a una pileta o ir a Monte, yo me iba a entrenar”, comenta Lucio, quien despierta las risas cuando va subiendo el color de sus historias que recuerdan el surgimiento de un tal Manu Ginóbili. “Cuando me invitaban a los cumpleaños de 15, los sábados a la noche, yo les decía que podía ir hasta la 1, que luego me tenía que ir a dormir porque al otro día jugaba. Algunos no tenían dramas y otros preferían usar esa tarjeta para invitar a otro. A mí no me molestaba porque me gustaba más jugar al día siguiente”, explica. Esa locura de Lucio por el entrenamiento la conoció bien el secretario del club, Carlos Centani. “Al mediodía me esperaba a mí para cerrar el club y luego, a la noche, se quería ir pero como me veía contento, me decía ‘bueno, hago unos papeles más, tenés media hora más…’”, recuerda. Con el tiempo, Redivo logró lo que parecía imposible: que le hicieron una copia de las llaves del club. Permanecer tantas horas despierta la incógnita de cuántos lanzamientos hacía… “No sé, pero eran muchos (se ríe). Jugaba con la imaginación, a veces decía que era (Allen) Iverson, pero en realidad me gustaba imitar situaciones de juego. Y los repetía muchas veces”, detalla él.

Redivo se crió en Pacífico. Su familia tiene su casa en Charlone al 500 y el club está al 200. Y si bien sus familiares no estaban relacionados al básquet, a Lucio siempre le llamó la atención y empezó a transitar esas tres cuadras desde los 4 años, quizá porque sus amiguitos de jardín tenían a la institución como segunda casa. Una costumbre que Lucio adoptó y ayudó a formar su personalidad. “Pasaba días enteros en el club. Salíamos del colegio, almorzábamos y luego íbamos a Pacífico. Estábamos ahí desde las 14 hasta las 19, hora en la que entrenábamos. Sólo no jugaba de 17 a 17.30, hora de la merienda en la cantina o la secretaría del club. Recuerdo que me metía en los entrenamientos de todas las categorías, llegaba a casa y me desmayaba del cansancio…”, rememora quien agradece aquellos años de formación en el club. “Los valores que adquirís son únicos. El compartir, el estar siempre ahí, hacer amigos, preocuparte por lo que necesite el club, son cosas que te hacen otra persona”, opina Lucio.

Si bien él nació (en 1994) después de la mítica participación de Pacífico en La Liga (la abandonó en 1989), la pasión de Redivo hizo que reviviera y mamara lo que había sido aquel equipo denominado “de los milagros”, que llegó a tres semifinales (84, 87 y 88) en cinco participaciones y siempre, pese a tener presupuestos modestos y planteles cortos, puso en jaque a los poderosos como Atenas y Ferro. “No lo vi en vivo, pero sí en videos y escuché muchas historias. Una pasión que encarnaba Marcelo (Richotti) como emblema, pero también estaba el Zurdo (De Battista), al que yo miraba mucho por ser de mi posición y quien tuve el privilegio de tener como entrenador en el club… Ya retirado, seguía teniendo una mano increíble y a mí me gustaba alcanzarle la pelota. Bah, en realidad, no erraba, así que no había que ir a buscarla”, explica sin dejar de aclarar que “hoy no le podría ganar en una competencia de tiros”. Richotti escucha lo que dice Lucio y se emociona a la distancia. “Para mí es una enorme alegría que nos recuerde así y sobre todo que él haya salido del mismo barrio, del mismo lugar, que hayamos defendido la misma camiseta. A él le faltó jugar la Liga con Pacífico, pero se dio el gusto de hacerlo en la ciudad, con Weber Bahía Basket, y lo que más rescato es que Lucio tiene el ADN del Verde. Es un jugador humilde, esforzado, pasional, lo que de alguna manera representamos nosotros en los 80”, compara Marcelo.

Como pasó con Ginóbili de chico, Redivo nunca fue la estrella del club, ni siquiera de sus divisiones y menos en la ciudad. “Era bueno, pero no se destacaba tanto, porque si bien era rápido y anotador, su cuerpo era pequeño y bajito”, explica Martín Luis, su entrenador en divisiones menores. “Sí, era chiquito y flaquito, aunque me las arreglaba para anotar puntos con buena eficacia”, recuerda Lucio. “Sus piernas y velocidad disimulaban esa carencia física. Corría la cancha, se escabullía entre rivales, robaba pelotas y en ataque sacaba rápido los tiros”, agrega su DT. A Manu lo cortaron de una selección bahiense de cadetes y a Redivo le pasó lo mismo, aunque más de una vez. “Al principio, en preinfantiles ni me llamaban. Luego, cuando estuve en la preselección, me cortaron en infantiles y cadetes hasta que di un salto de calidad en juveniles”, recuerda. Clave fue el traspaso de ser base a escolta. “Al verme que anotaba me cambiaron de puesto y tuve que practicar otras cosas, acostumbrarme a salir mejor de las cortinas y a lanzar más rápido”, explica Redivo. Luis asegura que, en aquel entonces, no tenía ni cerca la capacidad de juego hoy, que “todo lo generó fue en base a esfuerzo personal. Fue sumando armas con el trabajo diario y el paso adelante lo dio en juveniles a partir de mejora del físico”, informa.

Su llegada a la Primera del Verde en el duro torneo bahiense resultó otra clave para entender su progreso. “Debuté con 15 años y, a los 16, jugué una final por el ascenso contra Pueyrredón que me marcó muchísimo”, comenta. Otro punto en común con la historia de Ginóbili, la diferencia es que Redivo ganó esa serie y Manu la perdió ante Comercial. Mauro Richotti, que jugó con él y además lo dirigió, recuerda bien aquella definición que depositó a Pacífico en la A. “Lucio fue la revelación y la diferencia en aquella serie”, asegura el sobrino de Marcelo, que le pasa a la posta a su padre para recordar aquellos primeros golpes de efecto de Redivo. “Con 15 años ya jugaba en un torneo duro y anotaba ante hombres, jugadores experimentados y defensas muy duras”, analiza el hoy DT de Peñarol. “La experiencia de jugar y entrenar con jugadores de Primera me sirvió mucho, me dio otro roce”, rememora el chico. Mauro asegura que todo se lo ganó solito, a pulso. “Se quedaba siempre después de los entrenamientos a laburar cada faceta del juego y además tenía la virtud de saber escuchar. Un chico muy ubicado que aceptaba todo y enseguida se ponía a trabajar en lo que se le marcaba”, detalla. Martín Luis destaca también cómo, pese a ser muy jovencito, se hacía cargo de momentos calientes. “En esos años me llamaba la atención su capacidad de liderazgo desde el silencio. Nunca hablaba de más, ni gesticulaba, pero en la cancha le gustaba decidir situaciones y juegos. Le gustaban esos momentos, y ya solito te ganaba partidos”, asegura.

Pero, claro, estas historias de sacrificios siempre tienen obstáculos en el camino, como los que tuvo Manu con su altura. Lucio, como MG, enfrentó prejuicios y escuchó comentarios. “Muchos decían que no iba a poder jugar en los altos niveles porque era muy petiso, muy flaquito. A mí quizá no me lo decían, pero lo leía o sabía que comentaban que ni iba a poder jugar ni el Torneo Federal... Pero eso nunca me desanimó. Al contrario, me motivó, me pinchó”, explica quien no superó el 1m78. No hubo muchos optimistas, quizá los más allegados. Y Redivo nombra a uno. “Pechuga Martinelli, un histórico del club, me decía ya a 13 años que yo iba a jugar la Liga, incluso se lo decía a mi viejo… Todos se le reían”, cuenta. Pero, como siempre pasa, no hay más optimista que el mismo protagonista de la historia. “Yo, por dentro, creía que iba a poder, aunque tenía claro que debería trabajar mucho, paso a paso”, explica Lucio, quien en ese momento tenía el objetivo de “al menos llegar a estar en un banco de la Liga Nacional para tener la chance de medirme”, precisa el 12 de Weber BB.

Como las similitudes con la historia del mejor basquetbolista de la historia se suceden, qué mejor que consultar a Sepo Ginóbili, hoy DT de Lucio y, a la vez, protagonista directo de aquel proceso de frustraciones, prejuicios y aprendizajes que vivió Manu, su hermano menor. “Su juego y físicos son distintos, pero es verdad que hay muchos puntos en común entre Lucio y Manu, en especial por lo poco que se destacaron en las inferiores, lo que les costó y de la forma que llegaron y trascendieron en la Liga”, opina Sebastián.

El escolta, como Manu en su época, fue mejorando hasta convertirse en lo que es hoy, una gema del básquet nacional. “El siempre tuvo mucho poder de anotación, pero le fue sumando otras cosas, como el juego sin balón. Esa faceta la ejecuta hoy de manera magistral y es su forma de sacar ventajas para armar su lanzamiento. También creció en otros aspectos, como en defensa, que al principio le costaba; o en como subir la bola y jugar un rato de base. También sorprende por el nivel intelectual adquirido. Por eso es asombroso que, con 23 años, haya llegado a un nivel de ser la figura del subcampeón de América y el mejor escolta de la mejor competencia de clubes en el continente”, opina Richotti. Estos progresos no llegaron de la noche a la mañana, ni por arte de magia. Fueron alcanzados tras horas de entrenamiento. Redivo es, lo que se llama en la jerga, un “animal de gimnasio”, un pibe que puede pasar mucha más horas que el jugador promedio trabajando en su juego. “Quizás sea una condición especial mía, pero nace de hacer lo que me gusta y de la certeza de saber lo que necesito para jugar a este nivel”, analiza con sagacidad.

Pepe Sánchez, ex compañero y hoy su jefe en WBB, asegura que “la capacidad de entrenamiento de Lucio es anormal”. El campeón olímpico lo conoció cuando tenía 16 y Lucio comenzó a ir entrenar con el plantel profesional de WBB. “Es verdad que era bajito y chiquito, que al principio le costó muchísimo, pero siempre tuvo algo que me atraía: su mentalidad y capacidad de trabajar para ser mejor”, rememora el ex base. Pepe compara ese espíritu de trabajo con un monstruo del básquet mundial y, a su vez, cuenta una anécdota de Lucio que sorprende. “Para encontrar un caso similar al de Lucio se me viene a la cabeza el de Drazen Petrovic, por la cantidad de horas que era capaz de estar en una cancha. Un ejemplo: cuando ya estaba en el plantel de Liga con nosotros, iba y hacía un tercer entrenamiento en Pacífico. Estamos hablando de dos horas más en una jornada que ya tenía doble turno. Iba al mediodía para practicar todo lo que hacíamos a la mañana”, describe. Y puntualiza cómo trabajaba cada situación de juego. “Era incansable con las pesas para estar más fuerte, repetía movimientos para sacar el tiro más rápido, practicaba cómo tirarse para atrás para sacar el lanzamiento sin ser taponado… Su foco de atención siempre fue enorme. Lo que le decís, va lo hace, lo entrena y no tiene miedo de ejecutarlo. Eso lo define como profesional”, impresiona Pepe.

A Sepo le llamó la atención de entrada esa contracción al trabajo. “Es lo que lo hace distinto, en realidad. Es un caballito, le ponen las anteojeras y sólo mira para adelante, no le importa nada más que el entrenamiento. Más que amor por el básquet, tiene una obsesión”, asegura. Lucas Matioli, jefe de prensa de WBB, cuenta otra anécdota que pinta esa necesidad del jugador por ser cada día mejor. “Recuerdo que, en la temporada 14/15, quedamos eliminados por Peñarol y el otro día estaba en la cancha, entrenando y mejorando las cosas que no le habían salido en la serie”. Hernán Jasen, el veterano del equipo, acuerda con Sepo. “Resalto el esfuerzo diario que le pone al trabajo, incluso he sido testigo de que se entrena en vacaciones. También ve muchos videos, consume mucho básquet, porque es un apasionado del deporte”, explica Pancho, quien recuerda aquellas primeras veces que se le cruzó cuando Lucio empezó a entrenar con Bahía Basket. “Era el 2013 cuando yo llegué y él estaba practicando. Me sorprendió lo flaquito que era pero también lo respetuoso, trabajador y caradura... Entrenaba con ilusión y sin miedo a tirarla”, cuenta el alero. Redivo recuerda aquellos primeros entrenamientos con “figuras consagradas como Pepe, Espil, Ricky Sánchez, Meyinsee… No podía sacar el tiro, ni mirar al aro te diría. Y estamos hablando de lo que era mi fuerte. Notaba que tenían otros físicos, una velocidad distinta, que era mucho más profesional. Ahí entendí qué necesitaba y me puse a escuchar a otros, a entrenar aún más”, rememora. Disimular su escasa altura siempre estuvo entre sus prioridades. “¿Cómo lo hice? Mucho gimnasio y pesas, sobre todo en las piernas. Recuerdo que cuando el PF (Cristian Lambretch) me habló de un trabajo planificado a 3 años, me costó entenderlo, porque yo quería resultados rápidos, pero hoy me doy cuenta de que tenía razón. Me siento con otra velocidad, una mayor reacción en las piernas y puedo crear tiros sacando distintas”, explica el escolta.

Esa obsesión por el entrenamiento le jugó también una mala pasada. El año pasado, durante los playoffs, Redivo se hizo una de esas escapadas a Pacífico para jugar un 3vs3 al mediodía y sufrió un esguince de tobillo. Justo antes de que comenzara serie de cuartos ante Argentino de Junín. “Sí, fue culpa mía. Como los chicos se habían ido a jugar por la Liga de Desarrollo, lo único que podía hacer era tirar al aro y preferí irme hasta Pacífico. Fue un capricho del cual aprendí, aunque siempre tuve claro que iba a jugar aunque fuera con un yeso”, acepta Lucio, quien agradece el trabajo del kinesiólogo Leandro Amigo. Ginóbili recuerda bien aquel dolor de cabeza. “Fue un momento difícil, un error suyo, aunque a la vez marca su obsesión por mejorar”, analiza Sepo, que también rescata su mentalidad y sacrificio para jugar aquella serie con dolor. “Tenía una pelota de tenis en el tobillo, pero se la bancó, jugó los cinco partidos y dejó su sello en la serie…”, recuerda Matioli haciendo referencia a cómo, en el cuarto juego en Junín, un golazo suyo forzó un quinto en Bahía que luego se completaría con el pase a las semifinales de la Sur. “Terminó bien por suerte, sí. Ese partido me costó mucho jugar, me dolía y venía errando todo, pero Sepo me tuvo confianza en la última y la pude meter”, recuerda con una sonrisa.

En estas historias, además, aparece otro de los atributos que todos le reconocen a Redivo: su capacidad competitiva. “Hace un par de años, ya cuando Lucio estaba en el plantel de Liga, recuerdo que un mediodía llegué a Pacífico y lo veo jugando un 3x3 con su hermano y unos amigos. En un momento escucho un par de gritos y veo una pelota que vuelva de un lado al otro por un patadón. Había sido Lucio, que había perdido y se había recalentado. Es una anécdota pequeña pero refleja su amor propio, el mismo que le ha permitido llegar adónde está. Es un chico que quiere a ganar a todo. Si hace eso, un mediodía, en un club de barrio, con amigos, imagínate lo que debe pasar dentro suyo en una competencia profesional…”, explica Martín Luis, su DT de inferiores.

Juan Redivo es su hermano, ocho años menor y protagonista de aquella tarde en Pacífico. “Esos picados nunca se jugaron por jugar, eran a muerte. Aquel día recuerdo que me dijo que se la pase, porque nos falta una conversión para ganar, no lo hice, la perdí y ellos metieron varios puntos seguidos y nos ganaron. Se enojó, pateó la pelota y no me habló más… Siempre fue muy competitivo, hasta jugando a la Play”, cuenta Juan. Hoy, cuando se le recuerda la historia, Lucio tiene algo de vergüenza y acepta su error. “Sí, soy de competir a todo y ese día estuve mal. Pero, como siempre, a la media hora estábamos todos comiendo en casa…”, acepta. Matioli, el jefe de prensa, marca también la exigencia de la estrella del equipo. “Una vez entré al vestuario, luego de una victoria, y lo noté caído. Cuando me acerqué a saludarlo, me dijo que estaba muy enojado por una jugada que no le había salido. Así es Redivo”, refleja.

En esta fase regular de su quinta temporada de La Liga, el N° 12 explotó y promedió 17 puntos, con 51% en dobles, 32% en triples y 88% en libres. Además, en 54 partidos, aportó 3.2 asistencias y 2.3 rebotes. Fue uno de los mejores de la competencia, quizá el escolta top. Otra de las figuras en esa posición, aunque ya desde hace décadas, es Paolo Quinteros, justamente alguien a quien Redivo se parece mucho, en el juego pero sobre todo si revivimos las historias de ambos. “La verdad es que, en cuanto a características, veo muchas similitudes en nuestro juego, sobre todo en la parada y tiro después de dribbling, en las salidas de tiro después de cortinas, en el 1 vs 1 finalizado en bandeja y en la velocidad para meter contragolpe”, acepta Paolo, estrella de Regatas Corrientes. Lucio sienta algo de pudor cuando escucha lo que dice. “Estoy lejísimos de ser como él. Lo miro, lo trato de copiar, pero no es fácil”, se saca de encima el compromiso. Quinteros vuelve a tomar la posta y comenta lo que más lo impresiona del chico: “Su determinación para jugar. No le pesa tomar decisiones, las asume con normalidad, tiene mucho carácter y va siempre al frente”, asegura quien, como Redivo, debió superar aquellos que vaticinaban su futuro corto justamente por la poca altura. “Como me pasó a mí, él trascendió esos comentarios. Ya sabe que no pasa por la altura sino por otras virtudes que él ya tiene, sobre todo sus ganas de progresar día a día”, explica. Lucio, a la distancia, agradece. Por las palabras y en especial por algo vivido, hace poco, en una cancha. “Estaba jugando contra él y mis primeros tres tiros fueron afuera. Y él, pese a que me defendía y era mi rival, me dijo ‘tené paciencia que ya van a empezar a entrar, el próximo buscá un buen tiro, uno que te sientas cómodo para recuperar la confianza’. Me sorprendí… Y tuvo razón, porque me tranquilicé y funcionó ya que luego metí bastante. Son esas cosas que te quedan para siempre”, reflexiona el bahiense.

Como le quedan marcados los grandes elogios de consagrados como Pepe, Sepo o Jasen. “Es una satisfacción, un orgullo, porque ellos construyeron su carrera a base de sacrificio, de profesionalismo, de nunca conformarse ni relajarse. Y ese es mi camino”, dice. Sánchez asegura que es, de los chicos, el más preparado para dar otro salto y Sepo lo ratifica. “Es quien más maduro está en su juego. Lleva cinco años con nosotros y ha saltado varias etapas. Ya está dominando la competencia y está claro que necesita una mejor oposición, enfrentar a jugadores más grandes, físicos, para seguir entendiendo que más le hace falta”, analiza el DT. Teniendo en cuenta lo que aseguró Pepe, que Bahía Basket es un formador de talentos que luego no tiene dramas en liberar para que completen su desarrollo a otro nivel, está claro que Redivo está jugando sus últimos partidos en la ciudad. Lucio no tiene claro adónde irá, pero sí prefiere emigrar antes de firmar con un poderoso del país. “Sé que las ofertas están pero todavía no lo decidí porque hoy sólo pienso en terminar lo mejor posible esta temporada con el equipo”, deja claro el chico. Jasen, quien hizo gran parte de su carrera en la ACB, no tiene dudas de que podrá jugar allá. “Al principio no le será fácil, porque cambian las reglas y la forma en que pitan los árbitros, sobre todo las caminadas. Pero con la ilusión, pasión y deseo de superación que tiene Lucio estoy convencido de que puede jugar en España”, opina Pancho. Pepe, por último, da una pauta. “Si logra conservar esa frescura, ese pensar que todavía no llegó, su techo es muy alto. Va a depender de cómo asimile el siguiente nivel”, razona. Como siempre en cada paso, Redivo no se asusta y va directo al desafío. “Yo también creo estar preparado. Sé que me a costar, pero creo que será una buena oportunidad. Es lo que siempre quise, buscar cosas nuevas, otro nivel. Me gustaría intentarlo”, dice. Nosotros, entonces, deberemos disfrutar de sus últimos partidos antes de tener que empezar a verlo por streaming o por TV.

Julián Mozo escribe columnas para la web de La Liga y es el responsable la sección “Pasó en La Liga”. Trabajó 18 años en el Diario Olé, cubre la Liga desde 1996 y es el comentarista de la NBA en DeporTV. Cubrió 3 Mundiales de básquet, cinco finales NBA y un Juego Olímpico, entre otros torneos y competencias. En Twitter e Instagram podés encontrarlo como @JulianMozo.

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