Informes Especiales · 01 de Diciembre de 2017

Expertos en mudanzas

Todos los trabajos tienen situaciones poco agradables, hasta el de jugador de básquet. El carácter nómade de la profesión y uno de los detalles más molestos de la temporada, incluso más que una defensa zonal: la mudanza. Historias de desarraigo, amores y odios entre autos abarrotados de cajas.

Por David Ferrara

Hasta las profesiones más hermosas del mundo tienen un costado molesto, engorroso, que forma parte de los sacrificios que hay que realizar cada tanto en pos de continuar una carrera, perseguir sueños o simplemente tener un trabajo en lo que a uno apasiona. Resumido por algún abuelo sería algo así como “si te gusta el durazno, bancate la pelusa”. No es novedad que la vida de un jugador de básquet tiende en su inmensa mayoría a ser nómade, sin poder arraigarse demasiado a un lugar y sólo en algunos casos pudiendo elaborar un sentido de pertenencia.

Cada inicio y final de temporada tiene un denominador común: la mudanza. De la aventura de los reclutados de inferiores a la desesperación de los veteranos para hacer entrar todo en un auto en una especie de “tetris habitacional” en el que son expertos. Estudios que se abandonan y retoman, hijos que cambian de escuela y familiares que deben dejar todo para acompañar al jugador. Todo un detrás de escena de la vida del jugador que casi nunca sale a la luz, pero que arroja un sinfín de situaciones curiosas. Y que vale la pena revivir con un grupo de experimentados jugadores que pasaron o están en la Liga Argentina. Pase y vea.

“Tengo nueve mudanzas desde aquel marzo de 2002 en el que dejé Esperanza para ir a La Plata. Yo tenía 16 años y me fui con mi viejo en el auto con apenas un bolsito, ahí arrancó esta profesión”, cuenta Bruno Oprandi, quien vivió en carne propia como ese bolsito se transformó en mucho más: “A medida que van pasando los años uno va sumando cosas que no quiere dejar y la mudanza se hace más dura. Incluso en el camino quedan cosas de valor material que son más caras trasladarlas que adquirirlas, como alguna bicicleta o televisor. Desde 2007 que estoy con mi señora las cosas se multiplican y necesitamos ayuda extra para las mudanzas. Lo bueno es que estuve seis temporadas en Ciclista y eso paró el tema de los traslados, pero a su vez generó que cuando me fui de Junín a Corrientes tenía una casa entera para mudar. Es más, había empezado la mudanza con dos camionetas un viernes a la tarde y vi que me faltaban un montón de cosas por cargar. Así que me fui a Esperanza, descargué todo, volví a Junín y cargué mas cosas. Siguió faltando lugar, de hecho uno de los colchones que llevaba en el techo se me volaba y tuve que parar a mitad de camino para acomodarlo. Nos convertimos en expertos en acomodar cosas”.

Como su carrera puso rumbo al sur del país, Oprandi debió tomar junto a su mujer la difícil determinación de pasar un tiempo distanciados en medio de la competencia. “Estoy viajando solo, porque estoy en el sur y tenemos proyectos personales en Esperanza y Santo Tomé que ella tiene que manejar”, explica el perimetral, quien apostó a elaborar proyectos paralelos aunque a veces esto obligue a generar distancia con los seres queridos. Eso sí, en Junín se dio el gusto de tener todo cerca. Demasiado cerca. “En Junín junto a mi señora compramos una heladería. El tema era que yo jugaba en Ciclista y la heladería quedaba a dos cuadras de la cancha de Argentino. Ahora lo veo como cómic, pero había clásicos por ejemplo en los que me puteaban lindo y a los veinte minutos me estaban comprando el helado en el negocio. Pero la verdad es que siempre fue muy buena la relación y terminábamos hablando de básquet.

Si hay un jugador en el básquet argentino al que las mudanzas lo alteran es Pato Rodríguez. Sólo escuchar esa palabra lo pudo en estado de alerta. “Tocaste un punto débil que tengo, porque las mudanzas me sacan de quicio. Es una de las partes más difíciles y tediosas de la profesión. Tuve como 10 mudanzas y de todas las cosas lindas que tiene esta carrera, ésta es la que me tiene podrido y ya no aguanto. Jugué en varias categorías, yo soy de San Nicolás y jugué en todo el país, por lo que moverte tantos kilómetros es estresante, y es dos veces por año”, refunfuña el goleador, que presto a recordar, arma su ranking: “La más larga fue cuando fui a Viedma, pero la vez que me mudé a Monte Hermoso fue la peor, porque fui con todo, sillón, heladera, lavarropas, y cuando llegué el departamento tenía ya todo instalado por el club así que tuve que llevarlo de vuelta y volver a viajar”.

“Igual, la que peor la pasé fue en la del viaje más corto, a Junín, porque por razones personales tuve que mudar todo desde una casa grande a un departamento. Sabés lo que es subir cuatro pisos por escalera un televisor de los viejos que pesaban 95 kilos. Una de las cosas que haría si pudiera volver el tiempo atrás es no comprar nada e ir a los lugares con un bolsito”, reflexiona y agrega para refrendar (si es que hace falta) su concepto: “Cuando falta un mes para irte ya juntás cosas y no terminás más, no sabés por dónde empezar”.

Pato tiene decidido empezar a saldar deudas que su prolífica carrera le generó, como la del estudio: “Me fui chico de casa, y después estuve varios años en Italia, por lo que se fue demorando una idea que siempre tuve que es estudiar algo a distancia. El año que viene lo voy a hacer. Nunca es tarde, porque sé que esto no es eterno”.

Y hablando de sacrificios Pato sabe que a veces los seres queridos también deben dar mucho para que los jugadores puedan desarrollarse. “Estoy conviviendo hace 4 años. Mi novia es correntina y al año siguiente de jugar en San Martín me fui a Monte. Ella dejó todo en Corrientes, trabajo, estudio. Dejó todo para seguirme, hizo un gran esfuerzo para terminar la carrera a distancia. Esta profesión me permitió conocer al amor de mi vida y le voy a estar eternamente agradecido a ella por lo que hizo y por el apoyo que me da día a día. Sin el apoyo de la familia o de la pareja no podríamos hacer las cosas que hacemos”, se sincera Pato Rodríguez.

La tonada cordobesa delata a Gastón Torre, otro que arrancó de chiquito su camino de trasladados. “Más o menos llevo diez mudanzas y la primera fue a los 14 años cuando me fui de Las Perdices para Córdoba. Las más complicadas son lógicamente a los lugares que quedan más lejos, porque hay que ver qué se lleva y qué no así a la vuelta no hay que usar un flete. Se busca lo indispensable y uno va ganando en practicidad. En mi caso sobre todo que cuando termino cada temporada vuelvo a Córdoba”, cuenta el base, quien también debió hacer cambios en su vida familiar con el paso del tiempo: “La familia tiene que hacer sacrificios, por la lejanía, de no verse, estar ausentes. Cuando terminó su carrera, mi esposa estuvo conmigo, pero después ya al tener un trabajo fijo se hizo más difícil y por eso trato de estar cerca de Córdoba y los dos viajamos cada vez que tenemos un tiempo libre”.

Torre es otro de los que intentó realizar otra carrera en paralelo pero que por el trajín de la competencia no pudo terminar: “Estudié periodismo deportivo, pero lo tuve que dejar”.

Si hay un récord de mudanza en La Liga Argentina, lo debe tener Pablo Fernández, quien ya es especialista en cargar el auto y poner rumbo al punto del país elegido. Claro está que Río Gallegos no queda a la vuelta de la esquina: “Debo tener 11 mudanzas más o menos y la más larga al norte fue Formosa y al sur fue Río Gallegos. Fui con el auto cargado por donde imagines y tuve que hacer noche en Madryn. No quiero exagerar, pero deben ser como dos mil kilómetros”.

“Cuando sos chico llevás un bolsito, tomás el cole y listo, porque la verdad a veces no llegás ni a colgar un cuadrito que ya te vas. Pero cuando sos más grande y formás una familia tenés que llevar de todo. Además, al tener un hijo hay que hacerle sentir que ese es su lugar, equipar la habitación, que tenga sus juguetes”, analiza el alero, quien también reconoce el esfuerzo que hace su familia: “Mi hijo fue al jardín en Río Gallegos y ahora en Resistencia. Es todo un tema hacer esos cambios. Y mi mujer dejó trabajos en Rosario, en Esperanza, en Paraná”.

“Eso sí, conocés todo el país, establecés vínculos y si te portaste bien podés volver y comer asados gratis en todas partes”, busca un costado positivo el rosarino.

Miguel Isola tomó otra determinación junto a su familia. Él eligió afrontar solo el desarraigo para que su familia no se traslade: “Yo tengo dos nenas y decidimos no cambiarlas de colegio ni ciudad. Ellas se quedaron siempre en Sunchales con mi señora, que trabaja desde hace un tiempo en una empresa y priorizamos que lo mantenga. Igual trato de no irme a jugar muy lejos de la ciudad”.

Isola se dio un gran regalo el año pasado al terminar una carrera, algo que buscó con esfuerzo y horas de estudio: “El año pasado me recibí como Técnico en gestión de bancos y entidades financieras y ahora me anoté en la licenciatura en comercialización. Es complicado pero tenés tiempo si organizás el descanso. Es difícil cuando te tocan finales, que son presenciales, en día de partido y eso te hace atrasar”. Y aunque Isola parece haber derrotado algunos de los problemas que presenta el permanente desarraigo, también fue vencido por las vicisitudes de las mudanzas: “Fueron ocho a diferentes ciudades y varias dentro de Sunchales. La que sufrí, pero que ahora puedo recordar con una sonrisa, fue cuando terminamos nuestra casa en Sunchales y nos mudamos desde la casa que nos daba el club. No había camión o flete para trasladar todo y la hice en un colectivo de un amigo, con ropa y cajas en cada asiento y sillones arriba del colectivo”.

La temporada apenas está comenzando, pero habrá que prestar atención a no acumular demasiadas cosas en los placares. Al fin y al cabo, la mudanza espera a la vuelta de la esquina.

*David Ferrara fue productor periodístico de las transmisiones televisivas del Torneo Nacional de Ascenso durante diez años. Periodista del diario El Ciudadano de Rosario. Docente en Tea Rosario y en Ieserh Rosario. En Twitter @davidferrara35

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