Informes Especiales · 29 de June de 2017

San Lorenzo

Al infinito, y más allá

Con la intensidad como ley primera, se adaptó en pocas semanas a la compleja Liga Nacional. Su polivalencia habla (grita) de su contracción al trabajo. Pasó de ser un atleta a un jugador temible. Mathias Calfani bajo la óptica de Carlos Altamirano.

Toma la posta y organiza el asado grupal. Y asa. Y su mate ya es el de todos. Es un buen tipo, con sentido de la ubicación, humilde. El cuerpo técnico y sus compañeros tardan apenas unos días en notar su nobleza. En los papeles dirá que ocupa ficha extranjera, pero social y culturalmente no lo es. Osimani, García Morales, Aguiar y Fitipaldo pueden dar fe del asunto: en Uruguay se consume básquet argentino. La Liga Nacional, de hecho, es una fuente de inspiración. Y para cada uno de ellos, una plataforma de despegue.

Entra a la cancha y sacude todo, es un terremoto. Tiene algo que lo distingue: su intensidad es extraordinaria. Al deternernos para evaluar al jugador moderno, podemos simplificar la historia con su apellido: Calfani. San Lorenzo, el mejor equipo del básquet argentino, disfruta de sus bondades. Es incansable, y cada día más polivalente. Ganó eficacia lanzando de 3 puntos (lo entrena mucho fuera del horario de entrenamiento), algo clave para Lamas, quien, en el armado del equipo, no tuvo chance de contratar a un 4 tirador. Mejoró sus fundamentos, es peligroso poniendo la bola en el piso, da buenas pantallas. Su transición defensa-ataque es letal: corre a la par del base, y hasta lo sobrepasa. Mathias hace algo poco frecuente en el básquet de entrecasa: JUEGA ARRIBA DEL ARO. Su energía es, además, epicentro defensivo. Línea de pase furiosa, punteo de tiro agresivo, ayudas fulminantes, rotaciones veloces. Timming. Tapa, corrige tiros, rebotea. Sobreprotector del aro propio. Herramienta indispensable en aro ajeno. Una bestia. Realmente una bestia.

Los entrenadores argentinos son verdaderamente buenos. Apasionados por los detalles estratégicos, estudiosos. Tienen la necesidad, por convicción, de controlar todo. Lo propio, por lógica. Y lo del rival para sentirse aún más seguros. Su altísimo contenido de carga táctica, con el scoutting como elemento trascendental, es una marca registrada del porqué la Liga Nacional es tan compleja. Muchos pueden jugarla; pero hacerlo muy bien, no tantos. Los extranjeros, puntualmente los que aterrizan desde USA, llegan con atleticismo, talento anotador, biotipo. Pero sufren, con el paso de las semanas, por su baja formación táctica. Salvo casos excepcionales, el scoutting se encarga de limitarlos. Pues no con Mathias Calfani. El porqué de su rápida adaptación tiene varias aristas: su intensidad destruye planificaciones, juega en un equipo top que por su estilo para sacar ventajas le cayó como anillo al dedo, y de extranjero sólo tiene el Pasaporte. Es así de simple: Calfani es un argento más.

Marcelo Signorelli recuerda que no hace mucho tiempo atrás, en la Liga Uruguaya, preferían que él, carente de recursos, tenga el balón. Hoy, el mismísimo Signorelli se regocija pensando en cuan clave puede ser el Mathias actual en su selección, obligada de un 4 con sus características.

Sacude todo. Entra a la cancha y genera una revolución poco natural en un interno. No hay momento del partido (ni del entrenamiento) que no esté al 100%. El tipo es entrega, sacrificio, valor. Calfani juega y su pasión por el básquet le exige vaciarse. Su techo es el infinito. Y más allá.

Por Carlos Altamirano, en twitter @altamirano45. Periodista. Relator de básquet en DIRECTV Sports y DEPORTV.

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