Flor, y esa mirada
Eric Flor y su explosión en Quilmes de Mar del Plata. El camino para ganar la titularidad en el equipo de Bianchelli. Energía, pasión, madurez, y mucho más del escolta bajo la lupa de Carlos Altamirano.
Se nota. Su lenguaje corporal no miente. Tiene esa mirada que desnuda su pasión por el juego. Sí: las miradas lo dicen todo; ahogan las palabras, entierran las frases hechas. Explosión. De eso se trata. De estar en el lugar y momento indicado. De subirse al ring, mirar de reojo que te quitan el banquito y que por delante todo dependerá de tu instinto asesino, de tu voracidad. Y explotar.
Y ahí va, sin balón, en zona de tránsito, eligiendo que pantalla usará. Acelera. Frena. Cambia de dirección. Sale del pick. Perfila su cuerpo. Recibe el balón y en menos de un segundo su triple amenaza ya está lista para ejecutar. Técnica. Todo técnica. Y a alta velocidad. Hoy se juega así. Intenso de pies, y de cabeza.
Y ahí va, con balón, decidido a generar. Juega un pick and roll con los tres recursos igual de peligrosos: frena y tira, encara la pintura y pasa bien la pelota. Y ahí va, se adueña de la bola, y del momento límite. Pide un aclarado, y por delante ve una autopista. Sus fundamentos harán el resto. Y ahí va, a campo abierto, focalizado en lastimar. A veces se pasará de rosca abusando de su confianza. Pero qué más da. Instinto.
Eric Flor hizo lectura del asunto. Notó, en sus años de inmadurez habitual por la edad, que el camino era demasiado claro como para enceguecerse. Trabajar. Pagar derecho de piso. Aprender de los más grandes. Escuchar a sus entrenadores. Asumir su rol. Acomodar su carácter. Asimilar que el básquet es un deporte de equipo. Luego de una aceptable temporada de TNA, eligió el alto perfil de San Lorenzo sabiendo que su misión sería cultivar experiencias. Saltó de la cama cada día a las 6 am para llegar al entrenamiento (vivía lejos de Boedo), usó la Liga de Desarrollo como plataforma para combatir la ansiedad y exposición y jamás, jamás, tuvo mala cara por jugar poco en la Liga Nacional, aun creyendo que tenía las condiciones para hacerlo. La historia cuenta que Lamas, una vez terminada la temporada, lo felicitó por su comportamiento y deseo de superación.
En Quilmes se topó con un mundo ideal. Fue como suplente, se ganó cada minuto hasta transformarse en inicial indiscutido y factor relevante del equipo. Sus 15 puntos de promedio en la etapa regular sirvieron para dejar en claro que su nivel estaba a la altura del conflicto. Pero en los playoffs desenfundó su furia. Contra Bahía subió su producción. Y a Ferro lo acribilló. Literalmente. Desde la verticalidad y talento de Facundo Campazzo no se veía en La Liga semejante recital. No importa cuántos puntos anotó, sino el cómo, su todo. Y fundamentalmente la manera en la cual gritó su personalidad. Liderazgo, en su más exquisita expresión. Eso no se compra en el almacén de la esquina.
Las vueltas de la vida. Quizá sea San Lorenzo quien le baje el copete. Quizá el mismísimo Lamas y su despampanante plantel limiten su estampida. Flor, tal vez, no logre la friolera de +40 ni sea el centro de atención. Será, en definitiva, otro momento de aprendizaje. No hay vuelta: jugar contra los mejores es lo que genera crecimiento. Lo verdaderamente trascendente es la base sentada: la llama ya está encendida.
Sí, se nota. Este flaco tiene esa mirada asesina. Ese instinto particular que hipnotiza. Juega. Expulsa todo tipo de vicio y simplemente juega, con la misma naturalidad que cuando decidió, antes de llegar a su primera década, que el básquet sería parte de su vida.
Carlos Altamirano en twitter @altamirano45. Periodista. Relator de básquet en DIRECTV Sports y DEPORTV.