Informes Especiales · 26 de Mayo de 2017

TNA

Son leyenda

Hace veinte años Belgrano de San Nicolás se consagró campeón del Torneo Nacional de Ascenso en una campaña impecable que tuvo su pico de repercusión en accidentada final frente a Newell’s. Anécdotas y recuerdos de una temporada inolvidable.

Por David Ferrara

Hay campañas que se convierten en epopeyas, deportistas que pasan a ser leyendas, anécdotas que toman el cariz de mito. El tiempo tiene ese efecto. Sumerge las vivencias, las borronea en la memoria y, por si las dudas, las atrapa en un viejo VHS que conserva las marcas de lluvia del play-rec con el que se comenzó a guardar en cinta las imágenes de la cita con la gloria. Están los recortes de diarios, claro, y también las fotos, ampliadas, nada de tenerlas en un pen drive.

Ya hace veinte años que Belgrano de San Nicolás protagonizó una de las finales, y una de las campañas más recordadas de la historia del Torneo Nacional de Ascenso, y el tiempo se ocupó de poner a sus protagonistas en el sitial de emblemas, porque aunque el recuerdo de vaya difuminando, pierda nitidez o claridad, la esencia está ahí, y el VHS también.

El elenco nicoleño arrancó de punto y terminó siendo banca. Armó un plantel de bajo presupuesto que empezó perdiendo. Pero todo cambiaría. Su hacedor, Daniel Maffei, es el que abre el fuego de la memoria contando sensaciones, porque explicarlas es imposible: “Después de 20 años, este logro tiene un valor afectivo tremendo y se me vienen miles de recuerdos a la cabeza. También tiene un gran valor deportivo, porque al ser un entrenador joven el éxito en ese torneo me dio la posibilidad de jerarquizarme en la profesión, de compartir con colegas de más experiencia, de ser más valorado. Fue el primer logro importante a nivel nacional y haberlo conseguido con mi club tiene un doble significado. Van a pasar 20 años, 100, 500 y no se va a borrar. Y como todas las antigüedades cada vez vale más”.

“Recuerdo que una revista especializada nos puso en la previa de pronósticos en el puesto 12 o 13, por lo que las expectativas no eran tan importantes. Y arrancamos mal, perdimos los primeros tres partidos, pero por alguna razón eso también nos daba tranquilidad porque la mirada no estaba en nosotros. Era un equipo modesto, armado para mantener la categoría, pero lo que pasó después fue que empezamos a jugar bien, a estar contentos, a ganar y el grupo se hizo muy bueno. Casi sin darnos cuenta nos metimos entre los mejores y ahí sí ya empezaron a hablar de nosotros”, rememora Maffei, quien reconoce a Independiente de Neuquén como el adversario más complicado en el camino a ese título y ascenso que se concretaría en estadio cubierto del Parque Independencia de Rosario: “Avanzada la fase regular nos dábamos cuenta de que funcionábamos muy bien como equipo, que no nos costaba ganar de visitante. No éramos superestrellas ni jugábamos el showtime de los Lakers, pero nos respetaban. Había buenas charlas, buena autocrítica. Cuando viajábamos nos divertíamos, a pesar de que no íbamos a hoteles 5 estrellas ni nos trasladábamos en coche cama. El quiebre fue la semifinal ante Independiente, que para nosotros era una final anticipada, aunque con esto no quiero menospreciar a Newell’s. En el primer partido de la semi ganamos por 30 pero después perdimos el segundo de local y tuvimos que robar un partido en Neuquén. Después lo definimos 3 a 2 de local. Me acuerdo que fue un 1° de mayo porque recuerdo haber dicho que era un premio al trabajo, porque este equipo entrenaba mucho, trabajaba mucho, de los que te toca dirigir muy de vez en cuando”.

La final ante Newell’s fue muy recordada, la cercanía de las ciudades, la presencia de un equipo importante del fútbol nacional en su primera campaña en el TNA, y algún que otro comentario periodístico le puso clima extra a los duelos. Newell’s estaba viviendo también una enorme temporada, porque de la mano de Pablo D’Angelo había construido el equipo en tiempo récord en su primera campaña en la categoría y se había metido en la final con jugadores con pasado rojinegro y esencia santafesina. Pero lamentablemente esa final no será recordada tanto por la forma de juego de Belgrano, sino más por el accionar de la “barra” leprosa en aquella presidencia de Eduardo López. “Roces” entre jugadores en el rectángulo desembocaron en la reacción vergonzosa de la hinchada local, la posterior reacción visitante y la necesidad de suspender el juego, que debió terminarse al otro día. Y todo por TV, lo que hizo que la historia de esta final trascienda fronteras.

“La final ante Newell’s tristemente quedó en la memoria por lo que pasó. Ganamos bien deportivamente, y lo extradeportivo fue lamentable. Por algún lado diría que fue para olvidar, pero por otro pienso que es algo para recordar y no repetirlo”, lo analiza el Loro Maffei, quien resume con claridad las sensaciones de un entrenador en la previa y el durante de esos duelos: “A la final llegamos tranquilos porque después de tanto nadar no podíamos morir en la orilla. Lo tomamos con mucha seriedad, era algo muy grande y no lo íbamos a dejar pasar”.

Pero en el disco rígido de su memoria, Maffei prefiere privilegiar otras circunstancias, como la anécdota del viaje a Neuquén en el que “el colectivo no tenía ni para ver una película en video. No sólo se hizo interminable sino que ese colectivo se rompió en Neuquén y el viaje de vuelta lo hicimos en avión con la tarjeta de crédito de uno de los integrantes del equipo”.

“Éramos tan austeros que en la final en Rosario los jugadores durmieron la siesta en el alojamiento de la Universidad, en las cuchetas, porque yo conocía a los encargados, me cobraban más barato y no llevábamos sábanas. Eso sí, durmieron sólo ocho porque no había plata para todos. Cuatro de los juveniles y el cuerpo técnico caminamos por la peatonal. Cuando se suspendió, López (el presidente de Newell’s) me dijo, ‘bueno vayan al hotel’ y yo me reía”, recuerda el entrenador con una sonrisa.

Una de las situaciones más pintorescas del festejo de Belgrano también pasó al terreno de la leyenda y es qué pasó con la camisa a cuadros del técnico una vez concretado el éxito: “Yo usaba una camisa a cuadros como cábala. Era mangas cortas. Así que cuando empezó el invierno me cagaba de frío y era muy antiestética, pero era la cábala. Cuando terminó el partido se la regalé a uno de mis mejores amigos. El la cortó toda en pedacitos, hizo un diploma con cada trozo y la cambiaba por pelotas de minibasket para el club”.

De ese equipo se recuerdan muchas cosas, y mientras muchos de los protagonistas forman parte del día a día de la ciudad, hay uno al que hubo que seguir a la distancia por televisión y que forma parte de otro grupo que quedó para siempre en el recuerdo colectivo nacional: Pablo Prigioni.

“Pablito decía que iba a jugar en la NBA. Entrenaba mucho, fuera de hora, duro como un caballo”, explica Maffei, que amplía: “El problema que tenía es el de todo chico que se quería llevar el mundo por delante y creía que tenía más derechos de los que como equipo le podíamos dar. En definitiva, cuando salía se enojaba. Yo le decía que tenía que jugar también de base, así iba a jugar más minutos, algo que era lo que era su karma. Haber ayudado en su crecimiento nos llevaba a choques, porque en ocasiones era como un nene caprichoso y nosotros entre comillas los papás. Todo lo que logró tiene un enorme mérito al talento y también a un gran esfuerzo. Nos queda un gusto muy lindo de haber podido ayudar en algunas cosas de su carrera porque era demasiado joven para todo lo que se le presentaba”.

Y atención, Maffei se sincera: “Igual que nadie creía cuando empezó que Manu Ginóbili iba a ser una súper estrella de la NBA, nosotros tampoco pensábamos que Pablo podía jugar en ese nivel, porque eran cosas a las que no estábamos acostumbrados”.

Obviamente, la Generación Dorada se encargó de cambiar los parámetros del básquet nacional. Maffei vivió otro ascenso a la Liga A con un club muy pasional como es Quilmes de Mar del Plata, y su ocupa de trazar un paralelo en cuanto al grupo pero también de diferenciar las sensaciones. “Hay una diferencia sustancial, no en el profesionalismo con el que se encaró, pero si en que de uno era hincha y del otro no. Había similitudes en la pasión de los clubes, pero una diferencia grande en el que en Belgrano no éramos candidatos y en Quilmes si bien no era un presupuesto alto, se había vendido una idea de que estábamos para subir. Había mucha presión, fue una temporada con un grupo extraordinario que se sobrepuso a todo eso. La llegada de Hopson nos ayudó porque él no entendía nada de lo que pasaba y no sufría la presión de jugar de local, él estaba feliz de jugar con mucha gente y nos dio ese plus de su calidad. Quizás otro grupo no hubiera aceptado dejar de lado su protagonismo para darle el rol de súper figura a Hopson. Otro grupo no hubiera tenido ese resultado”.

Si alguien sabe mucho de ascensos es Danilo Delset, que durante largo tiempo fue el más ganador de la categoría y comenzó en esa campaña a coleccionar éxitos con destino de Liga A. “En cuartos de final le ganamos a Siderca 3 a 2, ganando siempre en casa, a Independiente de Neuquén también 3 a 2 pero ahí como habíamos perdido de local tuvimos que ganar uno afuera. Y la final como se sabe fue 3 a 0 a Newell’s, empezó el jueves y terminó el viernes ese último partido”, repasa el alero radicado en Esperanza, quien resalta: “El papá de Lucas Bertucelli, que era juvenil, fue el encargado del equipo. Éramos un equipo humilde con poco presupuesto contra otros como Echagüe, Independiente o Gimnasia La Plata”.

Y regala algunas anécdotas, aclarando que no recordaba si Maffei lavaba o no su camisa-cábala. “El extranjero del equipo era Pop Thornton, fue el mejor de la categoría. Vino a Racing a la Liga A con León Najnudel, equipo en que estaba el Chapu Nocioni. Duró cuatro partidos y lo cortaron, por lo que lo pudimos traer. Me acuerdo que en esa Liga A cada jugador podía cometer 6 faltas, como en la NBA. Y entonces en el primer partido con nosotros, en Viedma, hace la quinta falta apenas comienza el segundo tiempo y todos los mirábamos raro. Y el creía que todavía le quedaba una para dar”, cuenta Delset, quien relata también otra situación que fue “cuestión de estado” en el ambiente basquetbolístico por aquellos días: “Después de ganar la final el festejo fue impresionante. Nos esperaban en la autopista y estuvimos tres horas para llegar a la cancha. Había mucha rivalidad con Regatas y se empezó a correr el rumor que no nos iban a dejar jugar la A por la cantidad de habitantes de San Nicolás (algunas ciudades sólo podían tener un equipo), así que terminamos jugando de local en villa Ramallo”.

Por último, Delset cuenta el premio extra que ganaban tras cada victoria: “En la esquina del club Belgrano hay una conocida vinoteca y ellos cada vez que pasábamos con Prigioni y Pop nos decían que nos regalaban lo que quisiéramos si ganábamos. Yo me llevaba el pack de seis cervezas como buen santafesino, Pablo como cordobés agarraba un Fernet y Pop una botella de whisky”.

Mario Laverdino fue otra de las caras de ese plantel, ya radicado hace años en San Nicolás pero conservando intacta la tonada cordobesa. El ingeniero mecánico cuenta algunos de los secretos de esa campaña: “Me acuerdo que con respecto a las temporadas anteriores se pudo mejorar la cantidad de jugadores profesionales del plantel y eso generó que pudiéramos entrenar mejor. Y eso se refleja. Siempre era un plantel acotado, pero ese año fuimos doce siempre, eran juveniles pero cobraban y estaban en los dobles turnos. En lo basquetbolístico fuimos de menor a mayor, ganamos algunos juegos de visitantes que nos ayudaron a cambiar la cabeza. Nos la fuimos creyendo, fue contagioso. Sin pensarlo se dio, todos rindieron un poco más de lo que podían dar. Parece tan simple pero a la vez es muy complicado”.

“La final fue anticipada con Independiente de Neuquén. A Newell’s le ganamos con más autoridad, salvo por ahí el primer partido que fue un poco más parejo. Nada garantiza el título pero si haces las cosas bien podés estar ahí”, explica quien fue también protagonista de la historia de Atenas en la Liga A y que reconoce que el básquet fue una ayuda para terminar los estudios, en otros tiempos del deporte profesional: “Jugaba y estudiaba. Terminé justo cuando me retiraba, eran épocas en la que muchos clubes te terminaban debiendo plata. Hoy los jugadores están más protegidos. Lo único que me propuse del básquet era que me ayudara a estudiar. Son pocos los elegidos que viven de eso”.

Símbolo si los hay de esa campaña es Guillermo Gallo. El indómito pero inteligente conductor que tradujo al rectángulo lo que Maffei deseaba. El también sigue allí en San Nicolás tras un recorrido basquetbolístico que lo llevó a Sunchales, Pico y siete años a Italia.

“Como todos los equipos que armaba Belgrano, el de la 96/97 fue un conjunto de bajo presupuesto y para mantenernos. La ventaja es que prácticamente era un equipo armado porque tenía la base del torneo anterior en la que habíamos perdido semifinales frente a Obras. Se había ido Epifanio y vino Laverdino, y trajimos un pibe nuevito que aprendió a jugar al básquet, que era Pablo Prigioni”, asevera y un poco bromea Gallito, quien resume el camino: “Empezamos mal, perdimos los tres primeros partidos pero después cambió la racha, se ganó y en la última fecha clasificamos a lo que era el TNA 1. Ahí ganamos confianza. Corríamos, tirábamos mucho de afuera y Thornton era muy atlético.

Nos encontramos en playoffs y las series fueron muy duras. La que pensaba que iba a ser más complicada la resolvimos bien, como fue contra Newell’s”.

“Yo vivía en Rosario y sabía que la hinchada de fútbol de Newell’s iba a ir al partido. No dejé ir a familiares porque sabía que no iba a poder jugar tranquilo. Y de San Nicolás fue muchísima gente”, recuerda sobre la previa, que de tan anunciada no pudo ser evitada.

“Fue un gran grupo. Seguimos en contacto con todos, la mayoría vive acá en San Nicolás, incluso los juveniles que ahora son muchachos grandes (risas). Creo que fue lo mejor que pasó en la historia del deporte de San Nicolás, no sólo para nosotros sino para toda la ciudad. La caravana de festejo era increíble. Ganar cualquier torneo es lindo pero hacerlo cuando sabés que hubo sacrificio y que no estábamos entre los candidatos, es una alegría mayor. Es el mejor equipo que tuvo el club por lejos, mi segunda casa, donde conocí a mi esposa y estuvieron mis hijos”, resume Guillermo Gallo. Y su historia es la de muchos de sus compañeros. Por eso fue tan especial y el tiempo sólo tamizó los recuerdos, los mejoró.

Pasaron muchas cosas en veinte años, de las buenas y de las malas. La campaña hoy es epopeya, los deportistas ya son leyenda y la gloria se guarda en las carpetas con fotos y diarios que amenazan con tornarse amarillentos. Pero la gloria está ahí, salta del VHS y se quedará para siempre en el corazón de los que la disfrutaron.

*David Ferrara fue productor periodístico de las transmisiones televisivas del Torneo Nacional de Ascenso durante diez años. Periodista del diario El Ciudadano de Rosario. Docente en Tea Rosario y en Ieserh Rosario. En Twitter @davidferrara35 

 

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